Y con la música de Zahara en mis oídos y mi pequeño tesoro al brazo, en una bolsa rota y apretada camino hacia la parada del autobús. Las calles están repletas de niños con miradas inocentes, chavales ríen y el alumbrado de navidad titila sobre las calles atestadas, camino lo más lenta que yo misma me permito (ya que por inercia camino bastante deprisa) y observo todo, las luces.. estrellitas que se combinan con rayitas de color amarillo, gente sonriente, abrazos fugaces, y disfruto de cada paso, respirando el ambiente enblanquecino que desprende el carro, ya bastante usado, de las castañas. No hay navidad sin el carro de castañas, y el señor vendedor anima a los viandantes a que se deleiten con su cartoncito de castañas... particularmente no me gustan, me dejan la boca áspera, pero siempre que paso junto a uno me acerco disimuladamente para que el calor que desprende me roce la cara, es uno de los placeres del invierno y de la navidad. Y como la Navidad ya esta aquí y no solo por que la ciudad esté iluminada, ni haya árboles de navidad en rincones, ni belenes en cada esquina, sino por que en estas fechas todos recordamos como en las noches frías de hace años sonaban lejos.. muy lejos los cascabeles de los renos que nos traian los regalos.